El Kremlin ha cancelado oficialmente su principal desfile naval del año, previsto para el 27 de julio en San Petersburgo, una medida que marca un giro simbólico en la narrativa militar rusa. Según informó el Centro para Contrarrestar la Desinformación del Consejo de Seguridad Nacional y Defensa de Ucrania, la suspensión responde al impacto acumulado de las severas pérdidas que ha sufrido la flota del mar Negro, tanto en términos operativos como simbólicos.
Desde el inicio de la guerra en 2022, Ucrania ha destruido aproximadamente el 33% de los buques de guerra de la Flota rusa del mar Negro, incluyendo alrededor de 24 embarcaciones. Entre ellas destaca la pérdida del crucero Moskva, buque insignia hundido tras un ataque con misiles ucranianos, y cuya caída marcó un punto de inflexión en la percepción del dominio naval ruso en la región.

El tradicional desfile, que cada año atraviesa el río Neva y culmina con salvas desde la fortaleza de San Pedro y San Pablo, no se realizará en esta ocasión. La cancelación no solo representa la interrupción de un evento de alto valor propagandístico para el Kremlin, sino también la admisión implícita de que la guerra está afectando el corazón simbólico del poder ruso. “La guerra impacta todas las esferas de la vida en Rusia, incluso eventos ruidosos y simbólicos como el desfile naval”, indicó el organismo ucraniano.
En un contexto en el que ni siquiera los puertos rusos ofrecen garantías de seguridad ante los ataques con drones kamikazes ucranianos, el evento, concebido para exaltar la fuerza marítima nacional, podría haber terminado exponiendo una realidad opuesta: fragilidad, retroceso tecnológico y temor.
La sofisticación y eficacia de los drones marítimos desarrollados por Ucrania —como el modelo Snapper Wasp— han dejado en evidencia la incapacidad rusa para proteger sus buques incluso dentro de sus aguas territoriales. Estos vehículos no tripulados, capaces de alcanzar blancos navales a largas distancias, han sido clave en la erosión de la supremacía rusa en el mar Negro.

En paralelo, la reciente decisión de enviar al desguace al portaaviones Admiral Kuznetsov, único de su clase en la flota rusa, acentúa aún más la degradación estructural de su poder naval. El navío, símbolo de una época en la que Rusia aspiraba a proyectar poder marítimo global, ha sido víctima de múltiples fallas técnicas, incendios y retrasos crónicos en su reparación.
Este panorama refuerza una narrativa en la que la Federación Rusa, lejos de mostrar su poderío, comienza a replegarse también en el terreno simbólico, evitando mostrar una armada diezmada frente a su propia población. En un conflicto donde la dimensión informativa y propagandística es tan importante como el campo de batalla, la ausencia del desfile naval constituye una derrota silenciosa pero significativa.
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