En el complejo tablero geopolítico de Asia, un movimiento reciente ha captado la atención del mundo: la transferencia de seis destructores japoneses clase Abukuma a Filipinas. Lejos de ser una simple transacción de equipamiento militar, este acto es una jugada estratégica que recalibra las alianzas y subraya las tensiones latentes en el Mar de China Meridional, un punto de fricción vital para la economía global.
Para entender la magnitud de esta decisión, hay que ver más allá de los barcos. Se trata de un mensaje contundente de los nipones, que se alejan de su tradicional postura pacifista para asumir un rol más proactivo en la seguridad regional. Si bien el foco es la disputa marítima, el contexto es China en camino a ser superpotencia mundial, y los incansables esfuerzos de Tokio, Manila, Hanoi, y otros, de hacer contrapeso, y que no se los lleven puestos, claro está, respaldados por los Estados Unidos.

El corazón de la disputa
La estrella de esta historia es el Mar de China Meridional, un epicentro de tensiones cuyas aguas bañan las costas de varios actores clave. Se conoce como Mar de China Meridional al área comprendida por los espacios marítimos de siete estados, que mantienen litigios por la delimitación de sus jurisdicciones: China, Brunei, Malasia, Filipinas, Taiwán, Indonesia y Vietnam. Este espacio es de crucial relevancia, ya que allí se encuentra una de las principales rutas marítimas del mundo, un sobreexplotado pero aún crítico caladero, reservas de hidrocarburos de diferente magnitud y un área de creciente densidad militar. Lease, un mosaico de islas, arrecifes y bancos de arena que son mucho más que puntos en un mapa. ¿Qué está en juego?…No es solo una cuestión de soberanía sobre pequeñas porciones de tierra; es una batalla por el control de recursos pesqueros que sustentan a millones, el futuro energético, un destino aún inexplorado que promete recursos, pero no menos conflicto en el porvenir. En las rutas marítimas más transitadas del mundo circunda anualmente más de un tercio del comercio marítimo global, incluyendo una porción masiva del petróleo y el gas natural que alimenta las economías asiáticas. Es un cuello de botella vital para el paso de embarcaciones hacia y desde el Estrecho de Malaca, conectando el Océano Índico con el Pacífico. Quien controla el Mar de China Meridional, controla la piedra basal de la economía global y el acceso a puertos cruciales de la región.
Los hechos consumados
El dragón rojo reclama casi la totalidad del Mar de China Meridional basándose en su ambiciosa y controvertida “línea de los nueve puntos”, una demarcación que supone miles de kilómetros en las aguas de otros países. Esta línea choca frontalmente con las Zonas Económicas Exclusivas (ZEE) de 200 millas náuticas que la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (CONVEMAR) otorga a naciones como Filipinas, Vietnam, Malasia y Brunéi. Según el derecho internacional, cada país costero tiene derechos soberanos sobre la exploración y explotación de los recursos naturales dentro de sus 200 millas náuticas desde la costa. Sin embargo, el gigante asiatico, basándose en lo que aduce ser “derechos históricos”, opera y ejerce un control sólido, y a menudo ilegal, sobre territorios que la comunidad internacional reconoce como parte de la ZEE de Filipinas y otros vecinos. Esto incluye la construcción masiva de islas artificiales y su militarización, transformando arrecifes y bancos de arena en verdaderas fortalezas navales.
La Corte Permanente de Arbitraje de La Haya, en 2016, ya dictaminó contundentemente a favor de Filipinas, declarando sin base legal las reclamaciones históricas de China sobre la “línea de los nueve puntos”. Sin embargo, Beijing ha ignorado sistemáticamente este fallo, continuando con su política de hechos consumados, lo que ha exacerbado la tensión. Las conversaciones bilaterales entre China y Filipinas sobre la disputa están en un punto de estancamiento, marcadas por incidentes frecuentes que van desde el acoso a pescadores filipinos hasta peligrosos enfrentamientos entre guardacostas.
La jugada de Japón
La transferencia de estos seis destructores es, en esencia, un movimiento audaz en el escenario de esta región. No es una solución mágica a la intrincada disputa del Mar Meridional, pero sí representa un cambio significativo en la dinámica de poder. Es un recordatorio de que, incluso en un mundo interconectado, las relaciones entre naciones están moldeadas por intereses, alianzas y, a veces, por el eco de viejas disputas. Pero, ¿por qué Filipinas? La respuesta es simple: ambos países son democracias que valoran un orden internacional basado en reglas y comparten una creciente preocupación por la expansión de la influencia china. Esta ayuda militar japonesa, que se ha intensificado con el tiempo, es la manifestación de una alianza estratégica en creces.
El apoyo nipón a Filipinas, que se ha intensificado en los últimos años con la entrega de equipos de vigilancia y entrenamiento, es una clara prueba de amistad diplomática. El acuerdo de barcos de monitoreo, reciente, también refleja la evolución y profundización de esta relación de defensa entre ambos actores. Incluso más, durante una cumbre celebrada en abril de 2025, ambos gobiernos acordaron iniciar conversaciones sobre un Acuerdo de Adquisición y Servicios Cruzados (ACSA). Este acuerdo facilitaría un respaldo logístico y el intercambio de recursos clave, como combustible, alimentos y municiones, entre las Fuerzas de Autodefensa Japonesas y las Fuerzas Armadas de Filipinas, sentando las bases para un potencial bloque basado en intereses estratégicos mutuos. Está claro que Tokio busca fortalecer a un socio clave en una región vital para sus rutas comerciales y su seguridad energética. Unas Filipinas más fuertes y capaces de defender sus intereses marítimos benefician directamente la estabilidad regional, que es un pilar de la política exterior japonesa.

¿Qué gana cada uno con esta movida?
Filipinas obtiene un impulso significativo en su capacidad de defensa marítima, enviando una señal clara a Beijing de que no está sola en esta disputa. Esta ayuda le otorga mayor margen de maniobra diplomática y una posición más fuerte en futuras negociaciones. Para Japón, la ganancia reside en fortalecer su rol en la región, la proyección de su influencia y el potencial liderazgo de un frente común contra lo que perciben como una política exterior coercitiva por parte de China. Además, esta acción demuestra la voluntad de Japón de ir más allá de la diplomacia “blanda” cuando sus intereses de seguridad están en juego. China, por su parte, se enfrenta a un desafío. La creciente cohesión entre Japón y Filipinas, respaldada por otros actores como Estados Unidos, complejiza sus planes en el Mar de China Meridional y podría obligar a Beijing a reconsiderar la escalada de sus acciones.
La antesala de la guerra
La transferencia de estos seis buques destructores no es una declaración de guerra. Su propósito no es equipar a Filipinas para un enfrentamiento directo, sino para fortalecer su capacidad de monitoreo y de defender sus derechos soberanos de manera más efectiva. Es un intento por disuadir y contener, no por provocar. Sin embargo, el riesgo de una escalada es real. En un entorno tan tenso, últimamente marcado por incidentes como choques entre barcos y disputas en zonas de control, podrían desatar una crisis mayor.
De todas formas, desde la perspectiva internacional, difícilmente resulte conveniente a los actores, que son quienes usufructúan esas vías marítimas, entrar en un conflicto armado que supondría grandísimos inconvenientes al comercio y desarrollo de todos ellos. Por el momento, el gigante chino avanza, y a sus alrededores tratan de fortalecerse.
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