Fueron 12 días de bombardeos cruzados contra ciudades, como no se había visto desde hacía décadas. Los barrios de Teherán y Tel Aviv resultaron atacados día y noche; los primeros por la aviación israelí, los segundos por las fuerzas de misiles de Irán. Escenas de civiles muertos, edificios residenciales derrumbados, autos quemados e interminables columnas de humo brotando de las manzanas recorrieron el mundo.

Y la conclusión del conflicto desbarató las expectativas de muchos sobre qué significa y qué puede esperarse de una línea roja: de repente Estados Unidos se sumó al combate y bombardeó con aviones B-2, realizando larguísimos vuelos desde territorio estadounidense, las instalaciones nucleares iraníes de Fordow, Natanz e Isfahan.
Destruir el complejo nuclear iraní era el objetivo declarado de Israel al inicio de esta campaña de bombardeo estratégico. Un objetivo al que luego se unió Estados Unidos, y cuyas bombas sellaron también el fin -por ahora- del conflicto con un frágil cese al fuego. Irán, por su parte, actuó manifiestamente en represalia al atacar ciudades israelíes.
Todavía se debate el efecto real del ataque de Washington, que llegó luego de que los bombardeos israelíes no se mostraran eficaces (Israel llegó incluso a decir que necesitaba de las bombas estadounidenses GBU-57, especializadas en destruir blancos fortificados bajo tierra, para realizar el trabajo).
Poco después de la operación, la prensa estadounidense publicó los hallazgos de un informe de inteligencia en el que se reportaban daños menores y decepcionantes contra las fortificadas instalaciones iraníes. Trump mostró su ira contra los medios y aseguró que el programa nuclear de Teherán había sido “obliterado”. Y el miércoles, el Pentágono informó que, según sus estimaciones, se había degradado “probablemente unos dos años”, de acuerdo con Reuters.
Pero sea cual fuere el daño, el ataque sí frenó los combates: el alto el fuego llegó apenas después. Mientras tanto, se sigue hablando de tiempo, específicamente del llamado “breakthrough”; los meses o años necesarios para que Irán cuente con el suficiente uranio enriquecido para desarrollar un arma nuclear.

De acuerdo con datos del OIEA, previo al conflicto Teherán había logrado un enriquecimiento del 60% para un lote de 400 kilos de uranio. Para un arma nuclear, es necesario alcanzar un enriquecimiento del 90%, es decir, aumentar los niveles del isótopo U-235 a este porcentaje.
El enriquecimiento de uranio, realizado en Fordow y Natanz, ha estado en el centro de las preocupaciones de la Comunidad Internacional con respecto al programa nuclear de Irán. Teherán alega que su programa tiene fines pacíficos, a pesar de que las centrales nucleares para la producción de electricidad requieren un uranio enriquecido en torno al 5% de U-235.
Mientras funcionó el Acuerdo Nuclear de 2015, que implicó controles estrictos del OIEA sobre el complejo iraní, el enriquecimiento fue pausado y como consecuencia Irán no contó -al menos hasta sabemos- un stock de uranio enriquecido durante estos años.
Pero tras la salida unilateral de EE.UU. del acuerdo en 2018, sin embargo, Irán volvió rápidamente a enriquecer uranio. Así, entre una medida intempestiva -y contraria a sus aliados- de Trump y la suba de la apuesta de Irán al reanudar el enriquecimiento, se sentaron las bases para la crisis actual.
Ahora queda una incógnita
Si Irán busca efectivamente desarrollar armas nucleares, ¿para qué las quiere? ¿Es para ejercer disuasión regional, como sugieren expertos y la lógica misma de las armas atómicas, dado que su principal rival, Israel, ya las tiene? Si es así, ¿no son acaso los ataques de Israel y EE.UU. un incentivo para redoblar esfuerzos, más que para cesar?
La rapidez con la que Irán se mostró dispuesto a cesar sus ataques con misiles contra Israel y alcanzar un alto el fuego tras el bombardeo estadounidense podría ser señal de lo contrario: que Teherán tomó nota del poder de Washington y decidió frenar antes de sufrir una mayor destrucción.

Pero al alto el fuego también puede ser visto como un preciado descanso, con el fin de reagrupar fuerzas y plantear acciones a seguir, mientras los elementos más radicales dentro del régimen de Irán sienten, podemos inferir, que sus posiciones han sido fortalecidas y que la carrera nuclear está justificada: muchos creerán que si el país hubiera tenido armas nucleares, Israel no hubiera podido bombardear a voluntad Teherán.
Lo que sabemos es que el programa nuclear de Teherán, aunque seriamente dañado, no ha sido destruido. Y que el país acaba de ser objeto de una agresión por parte de la primera potencia mundial y la primera potencia regional. En este contexto, ¿están sus líderes más cerca o más lejos de la idea de un Irán nuclear?
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