En un contexto de alta tensión regional por los recientes ataques cruzados entre Irán e Israel, una pregunta clave domina el análisis geopolítico en Medio Oriente: ¿por qué los aliados tradicionales de Teherán —desde Hezbolá en Líbano hasta las milicias chiitas en Irak o los hutíes en Yemen— no han intervenido con fuerza en defensa de la República Islámica?
Durante décadas, Irán consolidó una red de aliados conocida como el “Eje de la Resistencia”, un entramado de grupos armados no estatales con presencia en Líbano, Siria, Irak, Yemen y Palestina. Su objetivo: contrarrestar la influencia estadounidense e israelí en la región y proyectar poder a través de la guerra asimétrica. Sin embargo, en este nuevo ciclo de escalada militar, la inacción de estos actores plantea interrogantes sobre la capacidad real y la cohesión del eje que Irán supo liderar.
El silencio de Hezbolá: entre el luto y la reconstrucción
Hezbolá, considerado históricamente el brazo más potente del Eje, ha sido uno de los actores más cautelosos. A pesar de condenas públicas y gestos simbólicos, el grupo libanés no ha lanzado ataques significativos contra Israel tras la ofensiva israelí sobre suelo iraní. La explicación, según fuentes diplomáticas árabes y analistas regionales, combina desgaste operativo, falta de respaldo táctico por parte de Teherán y un proceso interno de reorganización.

Durante el último año, Hezbolá sufrió pérdidas clave a manos de la inteligencia y la aviación israelí, incluyendo la muerte de altos comandantes y la destrucción de infraestructura crítica. La ausencia de una respuesta inmediata no solo responde a razones militares, sino también políticas: el grupo busca reposicionarse en la escena libanesa como actor institucional, distanciándose parcialmente del alineamiento explícito con Irán. Ejemplo de ello fue la aparición televisiva del líder Naim Qassem sin símbolos iraníes en su oficina, una señal interpretada como una reafirmación de su identidad nacional libanesa.
Hamás y las heridas de Gaza
En el caso de Hamás, la situación es aún más crítica. La organización palestina ha sido devastada por más de 20 meses de guerra continua con Israel desde los ataques del 7 de octubre de 2023. La eliminación de gran parte de su liderazgo y la destrucción sistemática de Gaza han reducido a la organización a una sombra de su poder anterior. Teherán, lejos de reforzar su apoyo material, ha optado por mantener una postura de contención táctica.
La falta de ayuda tangible de Irán en los momentos más difíciles ha sembrado dudas entre los líderes del grupo sobre la conveniencia de un involucramiento mayor en el conflicto actual. La prioridad para Hamás hoy parece ser la supervivencia, más que una escalada generalizada.

Irak y la economía de la paz
En Irak, donde operan decenas de milicias chiitas vinculadas a Teherán, el panorama también es de cautela. A diferencia de conflictos anteriores, estas milicias no han atacado bases estadounidenses ni han emitido amenazas contundentes. Solo Kataeb Hezbolá hizo una declaración limitada, señalando que responderán únicamente si Estados Unidos se involucra directamente en ataques contra Irán.
Este comportamiento no es casual: muchos comandantes milicianos han ingresado al aparato estatal y manejan contratos públicos vinculados al petróleo. En un contexto de precios elevados y relativa estabilidad interna, los incentivos económicos han moderado la disposición al combate. Además, el primer ministro iraquí Mohammed al-Sudani presiona activamente para evitar que las milicias arrastren al país a una guerra regional.
Los hutíes y el pragmatismo yemení
En Yemen, los hutíes han mantenido una retórica hostil hacia Israel y Estados Unidos, pero su actividad militar ha sido mínima tras algunos lanzamientos iniciales de misiles. Su arsenal ha sido severamente dañado por los bombardeos estadounidenses de marzo y abril, y su prioridad parece ser la agenda local, más que la solidaridad activa con Irán.
Aunque continúan coordinándose con Teherán, los hutíes han demostrado operar bajo una lógica autónoma. “Están siguiendo una política de ‘Yemen primero’”, señala Elisabeth Kendall, experta en Medio Oriente de la Universidad de Cambridge. “No van a arriesgarse por el líder supremo iraní si eso pone en peligro sus propios objetivos.”

El factor clave: la inteligencia israelí
Más allá de los cálculos estratégicos, existe un factor transversal que ha generado pánico entre los aliados de Irán: el alcance de la inteligencia israelí. Los recientes ataques a instalaciones nucleares, centros de comando, y la infiltración de redes internas del IRGC (Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica), han expuesto la vulnerabilidad de la infraestructura iraní.
Grupos como Hezbolá, las milicias iraquíes y los hutíes temen ser localizados con facilidad si movilizan fuerzas. El uso de teléfonos descartables, el silencio digital y el retraimiento operativo son hoy moneda corriente. “Todos están aterrados de Israel”, resume Renad Mansour, investigador principal en Chatham House.
¿Una inercia que puede romperse?
A pesar del repliegue, analistas advierten que este escenario podría cambiar si Estados Unidos decide acompañar a Israel en ataques directos contra Irán. Una intervención norteamericana ampliaría la dimensión del conflicto y reactivaría la lógica antiimperialista que alimenta al Eje de la Resistencia. El resentimiento acumulado por años de agresión, sumado a la presión popular en países de mayoría chiita, podría encender el polvorín regional.
Por ahora, sin embargo, la prioridad para las milicias aliadas parece ser la misma que para Teherán: sobrevivir. El Eje de la Resistencia no ha desaparecido, pero está en pausa, calibrando el costo de una guerra que, esta vez, podría superarlos por completo.
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