Como en 1967, durante la Guerra de los Seis Días, Israel atacó primero. Citando amenazas existenciales, lanzó un ataque preventivo contra Irán que no tiene precedentes, y ha desencadenado una escalada -a medida que Irán responde bombardeando Israel- de repercusiones impredecibles.
El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, alegó que los ataques tenían como fin destruir el programa nuclear de Irán para evitar que su histórico rival desarrollara armas atómicas –algo que Israel auguró Irán estaba cerca de lograr, aunque EE.UU. considera lo contrario– capaces de alterar el balance de poder en la región y amenazar la existencia de Israel.

“Irán podría producir un arma nuclear en muy poco tiempo. Podría tardar un año. Podría tardar unos meses”, dijo Netanyahu. “Este es un peligro claro y presente para la supervivencia de Israel”.
Pero los ataques ocurren mientras EE.UU., principal aliado y proveedor militar de Israel, se encuentra en negociaciones con Irán para alcanzar un acuerdo militar que, como el fallido de 2015, pueda controlar ese programa nuclear y asegurar su uso pacífico. La ronda de negociaciones del domingo fue cancelada por los ataques, e Irán ha dicho que no volverá a sentarse a la mesa mientras sigue siendo bombardeado.
El presidente de Israel, Isaac Herzog, incluso acusó a Irán de usar las negociaciones con Trump como pantalla para avanzar en su programa nuclear.
Poco después de los primeros ataques israelíes el viernes, EE.UU. aclaró que las acciones de Israel eran “unilaterales” y de inmediato tomó distancia de la decisión de atacar. Sin embargo, cuando los misiles iraníes comenzaron a caer sobre Tel Aviv rápidamente se puso del lado de su aliado para asistir en la intercepción y la defensa aérea general.
Ahora que las cartas están echadas, se especula si el presidente Trump se sumará o no a la ofensiva israelí.

Así, un Medio Oriente que no da respiro desde el ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023, se ha calentado a niveles insospechados.
En esta crisis no hay, al menos inicialmente, ganadores claros –más allá, quizás, de Israel si logra sus objetivos– y el mundo observa la aparición de numerosos peligros en el horizonte: el precio del petróleo se dispara, crece la amenaza de nuevas olas de refugiados y emigrantes, y la posibilidad de una guerra mayor en Medio Oriente se agranda mientras escalan los conflictos en Ucrania y Gaza.
Las acciones de Israel pueden ser legítimas. Pero el país no le ha hecho un favor a la estabilidad del mundo.
De hecho, en los últimos años Israel se ha movilizado constantemente para boicotear posibles entendimientos entre Irán y las potencias occidentales, promoviendo siempre la solución militar por sobre la diplomática.
Mientras funcionó el primer acuerdo nuclear entre Irán y las potencias, entre 2015 y 2019, las tensiones regionales disminuyeron considerablemente, así como la amenaza de una guerra. Aquel acuerdo establecía el control y monitoreo constante por parte del IAEA del complejo nuclear iraní, además de imponer limitaciones al enriquecimiento de uranio, a cambio del levantamiento parcial de sanciones sobre la República Islámica.

Un Irán que ahora parece lejano en su moderación, restableció entonces el comercio y los intercambios con países europeos, mientras el IAEA recorría las instalaciones que hoy están siendo bombardeadas por Israel, en un contexto de distensión.
Israel no estaba de acuerdo. Durante todo ese tiempo criticó el acuerdo e intentó que la Casa Blanca del demócrata Barack Obama cambiara de rumbo, sin éxito. Alegaban, y el tiempo les dio parcialmente la razón, que la paz lograda con Irán le iba a permitir a Teherán reagruparse, reunir recursos para su programa de misiles y, más problemático aún, ofrecer mayor apoyo a diferentes grupos islamistas en el extranjero, como Hamas y Hezbollah.
Estos grupos han estado siempre en el centro de la estrategia iraní contra Israel: al armarlos y financiarlos, Teherán espera que ejerzan presión y desvíen la atención de los israelíes.
Cuando Donald Trump llegó a la presidencia en 2018, hizo suyos los argumentos israelíes -compartidos también por los conservadores en EE.UU.– y anuló el acuerdo nuclear con Irán, sin mediar una violación del pacto. Desde entonces, las tensiones han escalado progresivamente.
El brutal ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023 ha sido, para los israelíes, la culminación de sus temores con respecto a Irán y la justificación para su ofensiva primero en Gaza, luego en Líbano y ahora en el propio Irán, con ataques limitado en Siria, Yemen e Iraq; es decir a lo largo de toda la creciente chiita.
También podría decirse, sin embargo, que de haber continuado el acuerdo nuclear inicial, hubiera sido más difícil para Hamas lanzar tal ataque en el contexto de una mejor relación entre Irán y Occidente: cualquier señal de apoyo de Teherán a Hamás hubiera dinamitado el acuerdo. Pero esto ya es contrafáctico.
Lo que queda es la certeza de que las potencias han buscado en los últimos años impedir que Irán desarrolle armas nucleares, pero lo han hecho buscando al mismo tiempo evitar un conflicto en el Golfo Pérsico que pudiera desestabilizar una vez más la región y la economía global, con el recuerdo aún fresco de la guerra de Irak.
Pero Israel siempre tuvo otros planes, y ahora que ha logrado que Irán abandone las negociaciones, bien podría ahora arrastrar al mundo a un escenario que por décadas ha intentado evitar. Después de todo, por más que lo intente, no podrá destruir el programa nuclear iraní por sí solo.
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